Bueno, para nada no…. servirá para alquilar o vender una vivienda o local. Pero lo cierto es que a veces ni para eso es necesaria, porque en algunas operaciones de compraventa y en muchas de arrendamiento, la parte compradora o arrendataria está firmando exenciones de la obligación de presentar la certificación energética por parte del vendedor o arrendador, según el caso. Y en las inmobiliarias y en las notarías, con ese documento de exención, se realiza la operación sin mayor problema. Parece lógico pensar que la parte que está incumpliendo su obligación (el vendedor o arrendador) realmente no queda eximido de su obligación legal de poseer el certificado, pero a efectos prácticos…. ¿quién se lo va a solicitar, al menos por ahora?
Pero es que, dada la metodología elegida por la normativa aprobada, que permite una simple inspección visual, sin necesidad de comprobaciones concretas (catas, medición de transmitancias o ensayos de materliles, por ejemplo), el certificador puede tomar, simplemente, los valores «por defecto» que vienen en el programa -en función de la normativa vigente en el momento de la construcción, eso sí-, que son clara y, hasta cierto punto, lógicamente pesimistas. Esto se plantea así para, obviamente, no sobrevalorar la eficiencia energética de un inmueble, lo cual parece razonable hasta que uno piensa que lo que se está haciendo, realmente, es infravalorarla. Parafraseando al arquitecto Juan Roldán, la certificación no debería hacerse «del lado de la seguridad» (en el sentido de establecer premisas pesimistas para no «subir» la calificación), sino «del lado de la realidad», es decir, con la mayor aproximación posible al comportamiento real del edificio. Eso supondría que se harán certificaciones que estimen, en ocasiones, un comportamiento ligeramente más eficiente que la realidad, y, en otras, un inmueble certificado como menos eficiente. Al final, si la metodología es más o menos rigurosa, y como dice la expresión popular, «lo comido por lo servido».
Y al final, la legislación sobre certificación energética, que podría servir como herramienta para empezar a conocer el estado general -en términos de eficiencia y sostenibilidad- del parque inmobiliario, se torna inútil porque las certificaciones no son veraces. Y no me refiero a que los certificadores mientan conscientemente, sino a que los datos de que disponen no son mínimamente precisos, y nada ni nadie, en principio, les exige que lo sean. Basta con que hagan una estimación grosso modo, con una marcada inclinación pesimista.
Veamos un ejemplo rápido: el certificador encuentra un cerramiento en un edificio de, digamos, el año 2.000. Si no se calienta la cabeza mucho (y más adelante hablo de las razones por las cuales es probable que no lo haga), no se molestará en tratar de averiguar la composición del cerramiento, y pondrá el valor «por defecto» que viene en el programa CE₃X, lo que supone considerar una transmitancia del cerramiento (U) de 1,8 W/m²·ºK. Pongamos que piensa un poco más allá y decide afinar un poco: probablemente, por estar donde está y por la fecha de la construcción, se trate de una fachada con doble hoja y cámara intermedia, sin ventilar. Se anima poner el valor estimado por el programa para este tipo de cerramiento: 1,69 W/m²·ºK. Pongamos que incluso decide calcularlo manualmente, en un alarde de intrepidez certificadora: la hoja exterior con ladrillo hueco de 12 cm, revestida con 1,5 cm de monocapa, una cámara sin ventilar de 5 cm y una hoja interior de 7 cm con enlucido de 1,5 cm de yeso. Algo muy normalito donde está el edificio y en esa época de construcción. Pues bueno, ahora tiene una transmitancia de 1,21 W/m²·ºK. Estamos hablando, por tanto, de considerar un valor «por defecto» que es un 48% superior a un valor razonable que cabe suponer.
Cosas parecidas se pueden afirmar de las instalaciones inspeccionadas. Hay veces que es fácil obtener los datos en la inspección, pero en otras es necesario indagar un poco más, y el camino fácil es tomar valores «por defecto» otra vez.
(Y ya ni hablamos de las certificaciones que se hacen sin que el técnico vaya a visitar el inmueble, todo «online»)
Seguro que hay quien está pensando al leer esto que bueno, que algo se puede «afinar» en la inspección visual, acercándose a la realidad más que con los simples valores «por defecto» que traen los programas reconocidos para confeccionar la certificación energética. Pero hay, al menos, dos problemas a la hora de que un certificador se plantee ser más «preciso» o «aventurado» en sus apreciaciones sobre la composición de la envolvente térmica:
- Los honorarios. Siento decirlo así, pero con los honorarios que se suelen cobrar ahora mismo por una certificación, no creo que ningún técnico se plantee calcular de forma precisa la transmitancia (U) que tiene el cerramiento que ha observado, ni tampoco revisar exhaustivamente otras zonas del edificio que no sean el local o vivienda que está certificando para buscar indicios de la composición de los cerramientos, por ejemplo, o empezar a buscar información sobre el proyecto y la ejecución del edificio en cuestión si no se la facilitan de entrada, o datos sobre las carpinterías empleadas, o tantas otras cosas que deberían hacerse para lograr una certificación rigurosa y «del lado de la realidad». Lo paradójico en este caso es que, si un cliente quiere hacer su certificación de forma más ajustada a la realidad, deberá pagar más, porque el certificador precisará realizar una inspección mucho más concienzuda y detallada.
- Está «mal visto» obtener calificaciones energéticas más altas de lo «habitual». Y me explico: ante la duda, parece obligatorio para el certificador suponer que las cosas -cerramientos, huecos, marcos….- son peores de lo que son. Y tiene su sentido (de hecho, es posible que se empiece a controlar las certificaciones con «letras» buenas -A y B- por sospechar que son fraudulentas), para evitar engaños intencionados, normalmente por parte de un técnico que se deja influenciar por un cliente que quiere una buena calificación energética, o bien (que haberlas, haylas), por parte de empresas de certificación que prometen poner «notas altas» y así tener contentos a sus clientes. Sin embargo, la inclinación –bias, como dirían los anglosajones- hacia las suposiciones pesimistas (inclinación fuertemente reforzada por los datos «por defecto» contenidos el propio software reconocido y aprobado por el Ministerio), que se introduce para evitar engaños conscientes, conduce a un general «engaño inconsciente», en virtud del cual la inmensa mayoría de los inmuebles aparecen, en su certificación energética, más ineficientes de lo que realmente son.
Pero ¿cuál es la raíz del problema? Pues que no se ha explicado bien a la sociedad qué es un certificado energético y para qué es útil, y por qué un propietario debería desear que le realizaran una certificación bien hecha, y no sólo que le dieran «el papelito ese» que hace falta para alquilar o para vender, y que, por supuesto, es otro «sacaperras» que se han inventado los políticos para sangrar al común de los mortales.
Pero es que además, el planteamiento de «mejoras» en el inmueble para conseguir una mejor calificación en la certificación se torna un absurdo. ¿Para qué va un certificador a sugerir cambios -mucho menos a valorar su VAN– si los datos de partida son burdas aproximaciones? Solo en el caso de las instalaciones puede tener algún sentido, si de verdad se conoce los datos referentes a lo que realmente existe en el inmueble.
O se cambia el planteamiento y la metodología, o se conciencia a la gente de la utilidad de la certificación energética o, efectivamente, no sirve para (casi) nada.